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LOS AMORES DE JOSÉ ANTONIO

Los amores de José Antonio

Pedro Conde

Desde mi ventana, intuyo todos los días a Rosa Chacel; las ramas de un castaño me la ocultan a la vista. Está en bronce, sentada en el banco del parque. La sonrisa ya eterna. La placidez de la sabiduría en su rostro. Esta mujer, republicana, exiliada por la fratricida guerra civil, dijo a su vuelta en Radio Heraldo, 1986: “De José Antonio qué puedo decir. Veo en el hombre una verdad profunda, luego recubierta por errores externos ajenos a España y propios de la época, del momento. De modo que por debajo de esa maraña de errores sólo se ve un profunda realidad, magnífica y de gran calibre español”. Y en su libro Alcancía tiene escrito:” Dos cosas son increíbles: una, que todo esto haya podido pasarme inadvertido a mí, en España; y otra, que España y el mundo hayan logrado ocultarlo tan bien… Leyéndole con honradez se encuentra el fondo básico de su pensamiento… fenómeno español por lo cuatro costados”. Mas no voy a escribir de José Antonio Primo de Rivera como político, ni de aquellos que le conocieron antes o después y se rindieron a la autenticidad del personaje, figura “pulquérrima y excelsa” de España. Ahí están los testimonios, entre otros, de Teresa León, primera mujer de Rafael Alberti, de intelectuales como Miguel de Unamuno, Gregorio Marañón, Salvador de Madariaga, Francisco Ayala, del gran historiador Sánchez Albornoz, de los socialistas Indalecio Prieto y Julián Zugazagoitia, del anarquista Diego Abad de Santillán, con quien hace años hablé por teléfono desde la casa de Narciso Perales; del cantante Loquillo, etc., etc. Hay que leer, finalmente, al francés Arnaut Imazt, catedrático de la Universidad de Bourdeos, que en los últimos años ha escrito lo mejor, más extenso y más profundo, de entre los muchos libros que se han escrito, sobre José Antonio.

Algunos de los datos anteriores los recojo del libro “El hombre al que Kipling dijo sí”, Ediciones Barbarroja, de mi amigo y antiguo camarada José Antonio Martín Otín, “Petón” para sus muchos amigos. Del contenido de este libro, lleno de anécdotas varias sobre el personaje y precisiones ideológicas, hablaré solo de sus amores. Hay quien se ha atrevido, con una insolvencia intelectual y de datos que pasma y enfurece como sólo puede lograrlo una calumnia, a decir que José Antonio era homosexual. El periodista Martín Prieto, a quien yo leía con delectación y cierto aprecio, lo ha hecho por dos veces en el diario EL MUNDO. Este individuo escribe el 28 de diciembre de 2002: “pese a ser fusilado a los 33 años nunca se le conoció mujer, ni por asomo, y sí su lealtad-amor por sus jóvenes escuadristas”. El 19 de noviembre de 2007 vuelve sobre el asunto y escribe un artículo, “Rebeldes sin causa”, en el mismo periódico y en el que, entre otras cosas, dice: “homosexual en el armario…”. Aquel hombre murió fusilado; pero de haber vivido, el señor Martín Prieto no hubiera podido sostener con su pluma semejante calumnia. Con toda la seguridad que no se hubiera librado ni de su presencia física ni de su arrebato de hombre. Lo demostró una y otra vez en vida ante las infamantes e infames palabras de los indecentes.

Veamos que cuenta en su libro, el bueno, noble, auténtico y generoso “Petón” sobre los amores de José Antonio. “Si alguien ha tenido la tentación de empatar a José Antonio con san Luis Gonzaga, que por su bien caiga del guindo, antes de que fallezca allá arriba por inanición”. Pues si, querido amigo “Petón”, la tentación la tuvo el franquismo que por querer ponerle como ejemplo de virtudes lo elevaron a la categoría de hombre arcangélico. Y, o se es hombre o se es arcángel; las dos cosas a la vez es un imposible metafísico. Más adelante dices en tu libro: “Por lo demás, la relación de José Antonio con las mujeres ha sido tratada con una pacatería rayana en el insulto a la memoria del personaje como si fuera un serafín asexual que vivió la galanura de su excelente ejemplar de hombre, oculto por un manto de azucenas y con aire de dingolondango”. Te sigo en tu libro. Cuentas que, de entre sus amores, el más conocido, por el que cupo la posibilidad de abandonar la causa política fue el de Pilar Azlor Aragón Guillamas Hurtado de Zaldívar y Caro, duquesa de Luna y Villahermosa…” rubia boticcelliana”. Como pudo ser también que la responsabilidad, la entrega y el presentimiento del desenlace que la dedicación a la política podría arrostrar, como ocurrió, le hiciera renunciar a la otra responsabilidad que apareja el matrimonio y los hijos. Después vinieron otros amores que el profesor de la Universidad Complutense, Emiliano Aguado, camarada de José Antonio desde la primera hora, os confirmó, siendo estudiantes, a ti y a Valentín Martínez, director que fue del Ideal Gallego, con estas palabras: “Lo que les voy a decir jamás lo conté antes, aun cuando lo sabemos varios: José Antonio tenía dos amantes, una soltera, la otra no. Esto aparte de algunos idilios más o menos conocidos”. Como el de esa joven de Ávila, sin “ringorrangos” de títulos nobiliarios, “que sólo interrumpió en el último momento la incomunicación carcelaria, la preparación del juicio y, al final, la muerte” por fusilamiento en un paredón.

De su gusto por las mujeres habla la anécdota que dices te matizó y redondeó Fernando Sánchez Dragó por habérsela oído y leído al marqués de Tamarón, testigo presencial de los hechos. Se llamaba Carmen Muñoz Rocatallada, condesa consorte de Yebes y de propio título condesa de la Viñaza, “de beldad superlativa”. Esta belleza entró en la legendaria cafetería de Pedro Chicote. Allí estaba el marqués de Tamarón “acodado junto a José Antonio en la pícara barra”, y éste sin encomendar su inspiración a la diosa de la poesía ni a la métrica le urdió el siguiente ripio: “La ciudadana Muñoz que a su marido aproveche me gusta más que el arroz con leche”. Se ve que le gustaba el arroz con leche; pero mucho más la tal Carmen. Y ¿a quién no que no sea heterodoxo?

Finalmente hablemos del más exótico de los amores de José Antonio y que el autor del libro, nuestro “Petón”, documenta extensamente. Fue con la princesa de Bibesco, que recibió el título, por consorte, de su marido, el rumano príncipe de Bibesco, diplomático. Ella se llamaba Elizabeth Asquith, hija del primer ministro inglés, Herbert Asquith. Elizabeth era veintiún años más joven que su marido el príncipe y cinco mayor que José Antonio. Mujer admirada por su belleza, instruida, inteligente, escritora de novelas epigramáticas. Amada por diversos hombres, hasta por el famoso economista Keynes. En España fue amiga de Manuel Azaña, del que dejó escrito:”Recuerdo su amistad con placer. Era feo, a menudo estaba en desacuerdo con él pero sus cartas era una delicia. Azaña es un castellano y para mí esa palabra no admite adjetivos”. Aquí, finalmente, “conoció… al hombre que trastornó su vida hasta el extremo de consumirla por amor”. Por este hombre luchó, habló con los más altos políticos del momento europeo para evitar su condena a muerte. Ese hombre era José Antonio Primo de Rivera al que Elizabeth, la duquesa de Bibesco, le dedicó un libro, una novela, “El Romántico”, cuatro años después de su fusilamiento, en 1940, cuya dedicatoria manuscrita dice lo siguiente: “A José Antonio Primo de Rivera. Te prometí un libro antes de que lo comenzara. Es tuyo ahora que está acabado. Aquellos a los que amamos mueren para nosotros sólo cuando morimos”.

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